Nunca había escuchado un sonido
semejante. Era verano y las cigarras sonaban con fuerza en el bloque de
domicilios junto al parque. Hacía ya muchas décadas que las bulliciosas piscinas de tiempos pasados se habían transformado en fosas vacías; el griterío y los juegos habían mudado al ocasional,
y siempre perturbador, sonar de las ambulancias. En el bloque ya solo quedaban ancianos esperando el final tras las enmudecidas puertas de sus casas.
Tokimodori había sido un barrio muy popular y también exitoso. Las jóvenes familia habían compartido allí las inquietudes y expectativas de un futuro prometedor. Pero Tokimodori, como todos los lugares que brillan con mucha intensidad durante un tiempo, acabó siendo un escenario solitario, prácticamente desierto; una fea distorsión que, ya en el presente, arruga el ánimo. Solitarios supervivientes de enfermedades, divorcios, separaciones, crisis, y negocios quebrados, conviven con realojados de otros bloques que, como Tokimodori, florecieron bajo la bonanza económica y el boom de la natalidad.
Nadie cumple ya años en Tokimodori, no existen las celebraciones y nadie acude de visita. Los que allí todavía permanecen, viven y mueren sumergidos dentro de un ciclo de tiempo anómalo y terminal. De tanto en tanto alguien se desploma sin que nadie escuche el ruido; a los pocos días el mal olor alerta a los vecinos, después llega la sirena, y luego se hace un gran silencio, solamente rasgado por las frenéticas cigarras.
Las aguas estancadas, los que no cumplen años, el tiempo pasa y a nadie le importa.
ResponderEliminarMuy bueno.
Muchas gracias, Sr Kupak... ; )
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