Allí dentro había alguien más. No era una impresión volátil, lo sentía de verdad. Era muy posible que el divorcio le estuviera afectando. Se había vuelto huraño y desconfiado, vivía entre penumbras y no dejaba entrar a nadie en la casa. Si afinaba el oído escuchaba una pequeña respiración que le desquiciaba los nervios, de por sí aguzados por el insomnio; sonaba como un bebé cargado de flemas; y aunque solucionó el problema con unos tapones para dormir, aquello, lo que fuera, continuó respirando, cuajándose de vida junto a sus desvelos. Llegó el día en que lo despertó una tos ronca. Miró primero bajo cama, por un renovado temor infantil. Además de basurillas encontró una madeja de pelos y esputos; un cuerpo adulto, enteramente formado por pelusas de ombligo y que luchaba por parecerse a su exmujer. Quiso estar soñando, echar para atrás el tiempo, pero u nas manos deshilachadas se deslizaban ya bajo su ropa.