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Umbiliquitaque


Allí dentro había alguien más. No era una impresión volátil, lo sentía de verdad. Era muy posible que el divorcio le estuviera afectando. Se había vuelto huraño y desconfiado, vivía entre penumbras y no dejaba entrar a nadie en la casa. Si afinaba el oído escuchaba una pequeña respiración que le desquiciaba los nervios, de por sí aguzados por el insomnio; sonaba como un bebé cargado de flemas; y aunque solucionó el problema con unos tapones para dormir, aquello, lo que fuera, continuó respirando, cuajándose de vida junto a sus desvelos. Llegó el día en que lo despertó una tos ronca. Miró primero bajo cama, por un renovado temor infantil. Además de basurillas encontró una madeja de pelos y esputos; un cuerpo adulto, enteramente formado por pelusas de ombligo y que luchaba por parecerse a su exmujer. Quiso estar soñando, echar para atrás el tiempo, pero unas manos deshilachadas se deslizaban ya bajo su ropa.

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La orquesta del gulag

Nadie cree a Misha cuando dice que volverá a tocar. Uno de los guardas le asegura que hay instrumentos en el campo; el jueves le llevará y quizá le deje probar alguno. El jueves , repite una y otra vez, divagando sobre el día de la semana en el que se encuentra y lo que significa jueves cuando son idénticos los días. Misha mira a la nieve y la nieve enmudece.   Ha pasado el otoño, y como la neumonía no ha acabado con Misha, es conducido hasta un casetón apartado del resto. Aquí es, le indica el vigilante, y entran. En el interior solo hay un arcón grande del que sobresale una trompeta. Al rebuscar, Misha también encuentra un polvoriento acordeón que se queja al moverlo, y desvaídos librillos de música, viejas partituras, y manos; muchos pares de manos, manos ennegrecidas , yertas y leñosas, manos cortadas, encurtidas por el frío.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.

La cronófaga y la pila de ropa

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