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Mostrando entradas de febrero, 2018

Agualuz

La cámara, una novedosa caja negra con lentes, captura la imagen de Maurice: anarquista de ojos pequeños y redondos; sus documentos indican 56 años, pero su carne todavía es dura. Cuando no parece estar divagando se muestra violento, por esa razón se encuentra bien atado a la silla y recluido en el asilo. Una garra de madera y cuero aferra su cabeza al asiento. Al recibir la descarga su rostro se desencaja, surge entonces desde las profundidades del dolor una máscara grotesca, inhumana. Tras el electrochoque Maurice es devuelto a su rincón. Incluso aturdido puede oler la mierda y escuchar los gritos y los porrazos. Arriba, días más tarde, proyectan la filmación en una salita privada. La luz pasa por encima de las calvas académicas y atraviesa el humo de los habanos. Abajo, el agualuz corre hacia el desagüe del patio, forma un reguero luminoso y eléctrico que los guardianes evitan pisar.

Ascensión

La figura iluminada del cowboy a la entrada del centro comercial repetía su mensaje pregrabado. El mensaje se escuchaba cada vez que alguien, algo, pasaba por debajo, y al acabar enfatizaba la marca del anunciante. No muy lejos de allí, en la zona verde, había un montón de esterillas de yoga y mochilas tiradas en la hierba; un grupo de personas había formado un círculo cogiéndose las manos. A una nube panzona la empujaba el viento. El trap se escapaba de un coche que pasaba, al alejarse dejaba en el aire una franja de sonido blanda y desigual que se mezclaba, intermitente, con el mantra de al lado. Un jubilado solitario compraba un menú en la hamburguesería. Los niños pegaban su nariz al cristal de la tienda de mascotas. La nube se abrió en silencio y el cowboy de metal y neón ascendió hacia ella como elevado por ángeles. Se desplazaba despacio sobre las cabezas, que desde lo alto se veían diminutas, repitiendo su mensaje universal. Si alguien se hubiera dado cuenta le hab

Larousse ´77

Vació la carga sobre la mesa y del saco cayeron dos viejos tomos polvorientos. Los acercó hasta la débil luz, sopló las cenizas y limpió con el puño las cubiertas. Examinó en detallé las piezas, sopesando mentalmente la cantidad que pediría por ellas. Se trataba de dos volúmenes pertenecientes a una enciclopedia, dos tomos impresos en 1977. Los libros eran valiosos; todo papel lo era. Los últimos árboles se custodiaban en el interior de las catedrales. No habían quedado bosques ni más árboles que aquellos.  Muy pocos Ks podían acudir hasta allí para respirar oxígeno de primera, pero él podía hacerlo. La venta de objetos clandestinos de La Zona reportaba muy valiosa moneda Kc.; era un lugar devastado, pero sobre todo prohibido. La propia tierra parecía haber olvidado la vida que habito en La Zona . Los merodeadores se adentraban en La Zona en incursiones cada vez más numerosas y violentas y la mayoría no dudaba en atacar ante cualquier movimiento. T ras su paso todo quedab

Los días

Cuéntame cómo pasó , preguntaba cada día. La voz siempre la acompañaba camino al trabajo. Era una voz dentro de su ser, una voz sin dimensión y que no sonaba, pero que ella entendía con claridad. Para no escucharla, Paula empezó a usar casquitos con música a todo volumen. Con cada paso la ciudad le mostraba una laboriosa compañía de figurantes moviéndose en armonía y al ritmo de la música, incluso a destiempo; eran cientos de figurantes, muchos más en realidad, y su movimiento nunca cesaba. Aquella innumerable compañía la decepcionaba la mayor parte de las veces. Paula dejaba pasar aquella derrota. No le daba vueltas porque apenas reconocía caras entre aquellas comparsas. Era mucho mejor la voz amable que le preguntaba, Cuéntame cómo… Hacia mitad de trayecto destacaba un importante cruce de calles y siempre esperaba con ilusión el momento de avistarlo. El cruce, muy transitado, era feo, pero creaba un amplio espacio central que recortaba el cielo y que enmarcaba la tibia luz de E