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Long Tall Sally


Contuvo las lágrimas al verse incompleta. El espejo reflejaba la radical alteración de sus formas tras el accidente; la prótesis, a pesar del fiel acabado realista, resultaba perturbadora enfrentada a la desnudez del cuerpo. Le resultó odiosa desde un primer momento, pero retomó su vida y le puso nombre para humanizar su condición de objeto inerte. Descubrió entonces nuevos placeres al hacer el amor sin la barrera natural que suponía la pierna cercenada; cuando agotaron las posibilidades de la situación empezaron a utilizar la pierna artificial en la cama, Sally. Ella la miraba con aprensión y él con curiosidad, pero Sally pronto acaparó las atenciones de su marido, que la custodiaba con celo cuando ella no la usaba. Se hicieron inseparables, y más todavía cuando su mujer se rompió el cuello al salir del baño; él la miró y Sally movió uno de sus delicados dedos en señal de aprobación.

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Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.

Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.