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Long Tall Sally


Contuvo las lágrimas al verse incompleta. El espejo reflejaba la radical alteración de sus formas tras el accidente; la prótesis, a pesar del fiel acabado realista, resultaba perturbadora enfrentada a la desnudez del cuerpo. Le resultó odiosa desde un primer momento, pero retomó su vida y le puso nombre para humanizar su condición de objeto inerte. Descubrió entonces nuevos placeres al hacer el amor sin la barrera natural que suponía la pierna cercenada; cuando agotaron las posibilidades de la situación empezaron a utilizar la pierna artificial en la cama, Sally. Ella la miraba con aprensión y él con curiosidad, pero Sally pronto acaparó las atenciones de su marido, que la custodiaba con celo cuando ella no la usaba. Se hicieron inseparables, y más todavía cuando su mujer se rompió el cuello al salir del baño; él la miró y Sally movió uno de sus delicados dedos en señal de aprobación.

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Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.

Hombre bala

  Se acerca la hora del cañón, y en su interior, como siempre antes del lanzamiento, el hombre bala repasa sin mucho entusiasmo los deshilachados hitos que tachonan su vida. «Por si tengo un mal aterrizaje», se dice. Y mientras el maestro de ceremonias detalla la parábola del vuelo, en e l centro de la explanada, remarcado por un solitario foco, han dispuesto al imponente cilindro. El foro enmudece tras una pausa reverencial, y un atronador estallido sacude entonces las tribunas. Como un obús, el hombre bala atraviesa la humareda. Se proyecta velocísimo. Rebasa la colchoneta que lo aguarda fuera de la pista; queda atrás el parking de caravanas y el recinto ferial, y los días mohosos y las tardes de espera. Vuela muy alto, donde nada puede tocarlo, hasta desaparecer sobre un estrépito de aplausos. De la caseta de tickets escapa un pálido suspiro; «qué suerte... ese ya no ficha mañana».