La sirena alertó de la sobrecarga
de erratas. Un aullido espeluznante, que fue escuchado hasta el último rincón de la ciudadela, petrificó a sus habitantes. En
el interior de la fortaleza la máquina Moloch se detuvo al instante; dentro de su hermético vientre de acero forjado cientos de oficinistas enlutados braceaban apremiantes
en un mar de tinta, vapor, papeles y grasa. ¡Nadie
lo ha notado! gritaban en el secretariado inferior ¡Hay tiempo para rectificar! les replicaban los comisarios del
nivel superior. Moloch reanudó su marcha entre grandes quejidos mecánicos. Una coral de burócratas postrada ante las turbinas entonó una loa en comedido tono de júbilo administrativo. Los petrificados volvieron a la
actividad. Nadie notó nada, excepto que el café se había enfriado más rápido de
lo habitual y que las tostadas estaban quemadas, eso y una extraña sensación de
haber vivido ya ese momento.
Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.
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