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Afterburn


Ayer salí desnudo a la escena. Suele haber algo de charla antes, breve en la mayoría de ocasiones, pero ayer no; ayer salí en pelotas, muy puesto, directo al chupachupa con una mulata culona y gritona: la follaba y la ahogaba, y ella, en su papel, suplicaba por más, y digo que, entre aquellos gimoteos muchos y grititos ahogados, yo, digo, me pregunté mentalmente lo que habría al otro lado de la persiana oxidada y gris, abollada de cojones a base de meterle balonazos, donde jugaba de crío: ninguno de la cuadrilla lo vimos nunca !Joder me corro! ella se vino a mis pies y la leche salió disparada contra sus tetas; mi corazón se paró en seco. Los grandes ojazos de la mulata, emborronados de sombra y salpicados de lefa, vieron como me desplomaba. Y bien, me dije, ¿qué cojones guardarían tras la persiana? posiblemente la muerte, papito, dijo la mulata, limpiándose con un kleenex.

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Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.

Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.