Hazme reír, le pidió a la puta más gorda del barrio. Subieron entonces al
último piso de una finca antigua haciendo paradas en cada uno de los cuatro
rellanos; ella se ahogaba. El pisito estaba desordenado, muy usado, pero no olía
mal porque estaba bien ventilado. Cincuenta euros; dijo ella, no hago anal, no
lo trago y no doy besos. Se lo pidió entonces: hazme reír. Soy vieja y gorda, a
reírse a otra parte, desgraciado. Y lo tiró a patadas escalera abajo. El hombre
regresó a la semana siguiente. Yo soy calvo y triste, nadie me lee poemas. Ella
resopló, siempre me tocan los raros. Volvieron al pisito y ella preparó una
cafetera; le contó historias de días mejores. Él regresó a la semana siguiente, y a la otra; como un reloj. Al llegar Agosto, la puta más gorda del barrio sacó una libreta de debajo del colchón, estaba
llena de poesías que nunca había leído a nadie. Él sonrío.
Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.
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