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Bajo el eclipse

La sombra del hombre esdrújulo se despereza bajo los neones, se alarga hasta tocar el muslo de Jimena. Durante quince minutos, que es el tiempo que Jimena tarda en comer su bandeja de comida precocinada y mirar el teléfono, la sombra permanece allí curvada. El eclipse agita la desgana del pequeño grupo de trabajadores reunidos en la sala de descanso. Divagan en un silencio impuro hecho de cubiertos de plástico chocando contra fiambreras y sombras.

Jimena tira los restos de la comida en una papelera, luego desaparece tras la puerta y la luna apaga el mediodía. La sombra cae sobre la silla. El hombre esdrújulo mira el vacío a su lado, acaricia con la palma de la mano el asiento desnudo que todavía retiene el calor corporal de Jimena. El eco de otros soles, otros cuerpos bajo el mediodía reverbera en algún lugar de su memoria. Ahora todo es oscuro.

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Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.