La sombra del hombre esdrújulo se
despereza bajo los neones, se alarga hasta tocar el muslo de Jimena. Durante
quince minutos, que es el tiempo que Jimena tarda en comer su bandeja de comida
precocinada y mirar el teléfono, la sombra permanece allí curvada. El eclipse agita
la desgana del pequeño grupo de trabajadores reunidos en la sala de descanso.
Divagan en un silencio impuro hecho de cubiertos de plástico chocando contra fiambreras
y sombras.
Jimena tira los restos de la
comida en una papelera, luego desaparece tras la puerta y la luna apaga el
mediodía. La sombra cae sobre la silla. El hombre esdrújulo mira el vacío a su
lado, acaricia con la palma de la mano el asiento desnudo que todavía retiene
el calor corporal de Jimena. El eco de otros soles, otros cuerpos bajo el
mediodía reverbera en algún lugar de su memoria. Ahora todo es oscuro.
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