Ir al contenido principal

La Gran Nada

Una inspección sorpresa resultó fácil, pues para eso estaban los túneles y los frigoríficos. A pesar de conocer bien el lugar, la noche lo cubría de incertidumbre. No pasaba nadie, tampoco nadie cruzaba aquella estampa invernal. Ante la casa, bien aparcado, un coche soportaba inmóvil el peso de la nevada. Nada hacía ruido en aquella última noche del año. Dentro, el hogar estaba a oscuras, limpio y ordenado. Según avanzaba, fui encontrando más orden y más limpieza. No quedaban objetos o utensilios reconocibles con los que armar una historia. Por supuesto, tampoco quedaban retratos o fotografías, ni el más mínimo calor, huella, o atisbo de humanidad. Había sido un trabajo de borrado muy eficaz. La casa, desprovista de memoria, parecía un juguete de grandes dimensiones. Ya en el fondo, en las zonas más privadas, no se podía respirar; no habían dejado ni el aire. 

Era un mundo estéril, un paisaje inútil, que a pesar de las líneas maestras, me costaba reconocer. Salí a la calle alfombrada por la nieve, seguía la calma inánime. Un fardo de correspondencia descansaba retenida fuera del tiempo, junto a una ventana. Eran cartas dirigidas a mí, claro, solo que ya no indicaban destinatario, ni remitente, ni dirección; se habían convertido en simples envoltorios que al desplegar su contenido descubrían hojas y más hojas en blanco. En el mundo del que venía corría el último minuto del año. No podía decir lo mismo de este otro mundo. La luz congelada de una estrella iluminaba la calle y una incierta navidad envolvía la escena, eterna y anónima.



Imagen © Joel Meyerowitz

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.

Hombre bala

  Se acerca la hora del cañón, y en su interior, como siempre antes del lanzamiento, el hombre bala repasa sin mucho entusiasmo los deshilachados hitos que tachonan su vida. «Por si tengo un mal aterrizaje», se dice. Y mientras el maestro de ceremonias detalla la parábola del vuelo, en e l centro de la explanada, remarcado por un solitario foco, han dispuesto al imponente cilindro. El foro enmudece tras una pausa reverencial, y un atronador estallido sacude entonces las tribunas. Como un obús, el hombre bala atraviesa la humareda. Se proyecta velocísimo. Rebasa la colchoneta que lo aguarda fuera de la pista; queda atrás el parking de caravanas y el recinto ferial, y los días mohosos y las tardes de espera. Vuela muy alto, donde nada puede tocarlo, hasta desaparecer sobre un estrépito de aplausos. De la caseta de tickets escapa un pálido suspiro; «qué suerte... ese ya no ficha mañana».