Siempre llegaba a tiempo, hasta que dejó de hacerlo. Desbarató su
reloj de bolsillo quitándole las horas y los compromisos. Todo era ayer y mañana
y ahora, de una sola vez; un mismo momento en el interior de una esfera de
cristal. Era un vacío perfecto conducido por una pequeña maquinaria de la que no sabía si funcionaba o por el contrario se había detenido. Acercaba
su larga oreja, hoy sí, creo que funciona; pero otros días era un no, hoy no,
hoy se paró. En cualquier caso, ya no le importaba. Era feliz con su bóveda
acristalada sin nada dentro. Si aquello era un desvarío no estaba claro, aunque
allí estaban todos locos. Le he quitado las horas, decía con naturalidad, sorbiendo
de su taza de té, descansando por fin en su sillón de terciopelo verde,
aliviado de no tener que ir siempre con prisas.
Comentarios
Publicar un comentario