La luz del sol juega con su pelo,
con los jirones de pelo que todavía se aferran a la calavera que descarnaron
buitres y alimañas, que ahora descansan escondidas en la sombra de sus oscuras
madrigueras. Los huesos mondados y blanquecinos apenas sujetan los retales de
ropa, pero en un bolsillo todavía queda un plano deshecho sin nombres ni rutas
y entre sus dobleces finísimo oro mezclado con tierra, polvo, y con la promesa
casi ilegible, si Dios quiere, siempre
tuyo, de un próspero retorno.
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