Mientras hacíamos cola pensé que
no llegábamos, pero a pesar de todo conseguimos entrar a tiempo. Dentro, los altavoces
repetían un mensaje grabado, hay sitio para todos, mientras el sonido de la
corriente circulaba torpemente por el cableado, igual que un luminoso mal
encendido. Así fuimos pasando a través de puertas, tornos giratorios y
distintas salas. La voz metálica nos guió hasta los andenes, allí nos
distribuyeron en un par de filas y embarcamos en dos larguísimos ferrocarriles
de los que era imposible ver la maquinaria. Una vez bien acomodados, ambos se
pusieron en marcha. Durante largo rato discurrieron a la par, hasta que el
convoy de los justos se dirigió hacia lo alto de una cadena de azuladas
cordilleras, adioooós, y sacaban pañuelos y guitarras por las
ventanillas; nosotros sin embargo nos precipitábamos vertiginosamente hacia un
valle profundo y humeante, entre visiones, truenos, y una tormenta de fuego.
Comentarios
Publicar un comentario