Ir al contenido principal

Dios también fuma

Escondido tras la cortina se encontraba el paraíso. Un ujier mayor, de uniforme azul, botonadura dorada y gorra con visera negra a juego; un viejo que ni comía ni dormía y que amontonaba colillas delante de sus zapatos vigilaba que nadie pudiera asomarse. Fumaba, leía las noticias y si tenía el día bueno, escogía a cualquiera del foso y le dejaba palpar a ciegas. En la otra mitad lo recibían a golpetazos y rápidamente encogía los brazos; el viejo entonces, como en un chiste, lo mandaba rodando de vuelta al foso. Desde el otro lado del telón asomaron un día unas manos. Palparon el vacío durante unos segundos. El ujier las siguió con la mirada y las golpeó con el periódico. Desaparecieron rápidamente. En el foso, la orquesta muda siguió tocando sin descanso. El infierno era todo, eran todos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.

Hombre bala

  Se acerca la hora del cañón, y en su interior, como siempre antes del lanzamiento, el hombre bala repasa sin mucho entusiasmo los deshilachados hitos que tachonan su vida. «Por si tengo un mal aterrizaje», se dice. Y mientras el maestro de ceremonias detalla la parábola del vuelo, en e l centro de la explanada, remarcado por un solitario foco, han dispuesto al imponente cilindro. El foro enmudece tras una pausa reverencial, y un atronador estallido sacude entonces las tribunas. Como un obús, el hombre bala atraviesa la humareda. Se proyecta velocísimo. Rebasa la colchoneta que lo aguarda fuera de la pista; queda atrás el parking de caravanas y el recinto ferial, y los días mohosos y las tardes de espera. Vuela muy alto, donde nada puede tocarlo, hasta desaparecer sobre un estrépito de aplausos. De la caseta de tickets escapa un pálido suspiro; «qué suerte... ese ya no ficha mañana».