Escondido tras la cortina se encontraba
el paraíso. Un ujier mayor, de uniforme azul, botonadura dorada y gorra con
visera negra a juego; un viejo que ni comía ni dormía y que amontonaba colillas
delante de sus zapatos vigilaba que nadie pudiera asomarse. Fumaba, leía las
noticias y si tenía el día bueno, escogía a cualquiera del foso y le dejaba palpar
a ciegas. En la otra mitad lo recibían a golpetazos y rápidamente encogía los
brazos; el viejo entonces, como en un chiste, lo mandaba rodando de vuelta al
foso. Desde el otro lado del telón asomaron
un día unas manos. Palparon el vacío durante unos segundos. El ujier las siguió
con la mirada y las golpeó con el periódico. Desaparecieron rápidamente. En el
foso, la orquesta muda siguió tocando sin descanso. El infierno era todo, eran
todos.
Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.
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