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El bosque de Isuzu

Tenía la extraña sensación ante el bosque de Isuzu. Podía evitar la ruta, pero suponía varios días de retraso, y al otro lado esperaban órdenes del shogun para apaciguar el levantamiento. Ante la entrada de Isuzu el samurai se vendó los ojos y tomó la cuerda que lo guiaría hasta la salida del bosque. Takeshi no debía soltarla, ni tratar de ver la milenaria arboleda. Con los primeros pasos sintió el silencio de Isuzu; un tupido manto lo cubría y lo preservaba del mundo.

Fueron muchas horas a ciegas hasta llegar al final de la espesura y desde allí se dirigió galopando al poblado. Una flecha perdida se alojó en la garganta del samurai y su vida no tardó en esfumarse entre el humo de la revuelta. Un murmullo recorrió el bosque. Al abrir los ojos Takeshi vio la cuerda entre los cedros, y ciervos y faisanes. Nunca más podría salir de Isuzu.

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Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.