Tenía la extraña sensación ante el bosque de Isuzu. Podía evitar la ruta, pero suponía varios días de retraso, y al otro lado
esperaban órdenes del shogun para apaciguar el levantamiento. Ante la entrada
de Isuzu el samurai se vendó los ojos y tomó la cuerda que lo guiaría hasta la
salida del bosque. Takeshi no debía soltarla, ni tratar de ver la milenaria
arboleda. Con los primeros pasos sintió el silencio de Isuzu; un tupido manto
lo cubría y lo preservaba del mundo.
Fueron muchas horas a ciegas
hasta llegar al final de la espesura y desde allí se dirigió galopando al
poblado. Una flecha perdida se alojó en la garganta del samurai y su vida no
tardó en esfumarse entre el humo de la revuelta. Un murmullo recorrió el
bosque. Al abrir los ojos Takeshi vio la cuerda entre los cedros, y ciervos y
faisanes. Nunca más podría salir de Isuzu.
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