Ir al contenido principal

El silencio de un secreto


Nunca sale de casa y los vecinos evitan la puerta; le teme a los teléfonos, al deporte y al gobierno. También teme haber cometido algún crimen, aunque no lo recuerda, para el que ya han reservado un severo y humillante castigo. Su corazón corre a toda prisa. Vive en un susto permanente. Se oculta bajo una sábana y repara en algo que dijo hace diez años, también en algo que le dijeron hace cinco; ya no duerme. Vueltas y más vueltas. Es cuestión de tiempo que lo descubran ¡Culpable!, ¡Culpable! Arrastra sus cadenas casa arriba y casa abajo y acompaña su condena de amargos reproches mientras los vecinos tiemblan de miedo. Pero lo cierto es que nadie le busca, nadie le llama y la casa lleva décadas vacía; bajo la sábana no hay siquiera un nombre, un código, una letra, un rostro: nada, nadie; tan sólo el silencio de un secreto.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.

Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.