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El último hombre vacío


No se explicaba cómo, pero nada le dolía. Nunca envejecía, no tomaba alimento alguno y tampoco bebía. El último hombre vacío no tenía nada en su interior y caminaba con guijarros dentro de los bolsillos. A pesar de las muchas pruebas y preguntas, que siempre daban el mismo resultado, no recordaba si alguna vez estuvo lleno por dentro. Su mirada gris, siempre en espera, buscaba lo extraordinario en las cambiantes formas de las bandadas de pájaros al atardecer, en los delicados brotes que crecían en macetas de colores y en las atareadas hormigas que acarreaban migas de pan. Probó suerte con muchos trabajos: telegrafista, orfebre y samurai, aunque finalmente se convirtió en buzo, fascinado por los destellos plateados de los bancos de peces. Más tarde, persiguiendo las luces, se adentraría en las profundidades de una sima oceánica con sus guijarros en los bolsillos y nunca más volvería a la superficie.

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Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.