Josef K. se despertó con un sudor
frío: era un escarabajo, catalán, y le acusaban de no sabía muy bien qué. Como
todo había sido un sueño se dio la vuelta y siguió durmiendo hasta el mediodía.
El día estaba ya alto cuando Josef K. salió del agujero del parque. Debía
presentarse sin falta ante el tribunal del Westwest. Los escarabajos acarreaban
sus larvas, volaban, o se tumbaban al sol junto a la mierda; Josef K debía pasar
entre ellos para llegar al otro lado. Corría tramos cortos y se escondía bajo
la hojarasca, luego echaba otra carrera y lo mismo.
Cuando llegó al tribunal subterráneo del Westwest era
noche cerrada. Agotado, pidió descansar un rato. “Nadie le ha citado aquí”,
dijo el portero. “Sin embargo, yo tengo una citación. Soy el agrimensor K.” En
ese caso, puede pasar, espere junto al bicho Gregorio Samsa. Y la puerta se
cerró con un quejido.
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