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El concurso

Evgeny era pálido y ojeroso; caminaba además con pequeños pasitos, como un pajarillo. Cada noche practicaba al piano el mismo concierto, una y otra vez, sin descanso. En el bloque cien querían dormir pero también querían que el muchacho ganara el concurso, de manera que no protestaban; “será el orgullo de la Unión Soviética” le había escrito a la familia el camarada Krushchev. Al amanecer Evgeny apagaba la luz y se retiraba exhausto.



Evgeny llegó hasta la final del concurso. Su rival, Simonenko, era un joven ucraniano. Ambos parecían iguales, hechos con un patrón. Cruzaron sus miradas; duró un instante, pero se reflejaron los mismos miedos, la penuria, la soledad... y también el amor. El camarada Krushchev dejó visiblemente contrariado la engalanada Gran Sala del Conservatorio de Moscú, donde un enorme retrato de Tchaikovsky contemplaba la escena. El primer premio quedó desierto.

Por la parte trasera del edifico pequeñas huellas se perdían en la nieve. Eran ellos. Eran libres.

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Sueños al vacío

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