Era un sueño recurrente lo que la
asediaba cada noche. Afortunadamente desaparecía por la mañana al contemplar a
su familia desayunar. Renovada, salía luego al mundo con el alma limpia,
envuelta en fragante suavizante rosa.
Pero existía otra Anabel Oliveira; era alfanumérica, oscura y brillante como el petróleo. Era la Anabel Oliveira que existía para gobiernos, corporaciones y empresas; estaba hecha de búsquedas en la intranet, de correos electrónicos, de transacciones y mensajes, y existía en un mundo volteado junto a trillones de otros perfiles.
La noche antes hizo el amor. No hubieron jaquecas; tampoco achaques, y gozó igual que a los veinte. Acabó dormida en brazos de su pareja. Despertó hambrienta y descansada, parecía estar ante la primera mañana del universo. Un hilo de bossa nova la condujo hasta la radio de la cocina. Allí estaba sentada otra Anabel Oliveira, a la que su hijo decía “mamá”.
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