Ir al contenido principal

La geisha y el kamikaze

El coño de la geisha era un triángulo negro, asemejaba un elaborado adorno que recortaba su piel; la más blanca del distrito de Gion. Antes de despedirse, Keiko le dejó acercarse y un vello finísimo acarició las mejillas de Hiroshi, que ardían de rubor.

A la semana siguiente Hiroshi repasaba los nombres de la flota norteamericana a los mandos de su caza Zero. Un divino viento conducía al disciplinado enjambre de aviones hacia su destino. El océano, visto desde las alturas, se extendía inmutable como el hogar eterno en el que pronto entrarían. Nunca más pasearé con Keiko bajo los sauces, pensó, mientras el motor rugía ajeno a sus cavilaciones. Hiroshi quitó la cinta de segura victoria que ceñía su frente y soltó las bombas sobre el vacío; abandonó entonces la formación de su escuadrilla y enderezó la hélice de su Zero rumbo al sol, hasta desaparecer en la luz.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.

Hombre bala

  Se acerca la hora del cañón, y en su interior, como siempre antes del lanzamiento, el hombre bala repasa sin mucho entusiasmo los deshilachados hitos que tachonan su vida. «Por si tengo un mal aterrizaje», se dice. Y mientras el maestro de ceremonias detalla la parábola del vuelo, en e l centro de la explanada, remarcado por un solitario foco, han dispuesto al imponente cilindro. El foro enmudece tras una pausa reverencial, y un atronador estallido sacude entonces las tribunas. Como un obús, el hombre bala atraviesa la humareda. Se proyecta velocísimo. Rebasa la colchoneta que lo aguarda fuera de la pista; queda atrás el parking de caravanas y el recinto ferial, y los días mohosos y las tardes de espera. Vuela muy alto, donde nada puede tocarlo, hasta desaparecer sobre un estrépito de aplausos. De la caseta de tickets escapa un pálido suspiro; «qué suerte... ese ya no ficha mañana».