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La Misión de Medianoche


Al abrir la nevera vi que solo quedaban tres huevos, así que froté la manga de mi chaqué de mago venido a menos y otros tres huevos rodaron hasta mi mano, también un par de monedas bajo mi lengua, ambas de oro falso, ambas rellenas de chocolate. La deslucida chistera ya no proveía como en los buenos viejos tiempos. El truco lo hice muchas veces en la Misión de Medianoche, sin mucho éxito; no les culpo. Aquellas caras hundidas, escondidas tras las barbas y el hedor a miseria transitaban a diario por los márgenes de la civilización. No eran un público de muchas palabras, ni cercano, ni simpático; eran la última y titubeante línea que separaba lo animal de lo humano. Se percibía, podía olerse, era un acto reflejo, intenso como el peligro. No había regreso desde allí, ni magia capaz de pagar ese billete de vuelta.

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Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.