Tras varios meses reuní el valor
para entrar en el panteón Zuttgenstein. Pétalos negros y velones consumidos,
esqueletos de mármol, y en el centro: la tumba del primer barón. A su lado su hija,
nacida con cola y pezuñas de ciervo, huída a los bosques donde abatida por cazadores
furtivos fue hallada desnuda, cubierta de pelaje y preñada por algún desalmado.
La bellísima madre de la joven Zuttgenstein, impedida, anduvo su vida a cuatro
patas golpeada por el Barón y a cuatro patas parió a sus vástagos en las caballerizas.
El carbón del Rurh nos convirtió en dioses, pero nuestra sangre, cruzada
demasiadas veces, nos coronó monstruos. Deformidades y vicios, abominaciones y
acciones bursátiles convirtieron al apellido Zuttgenstein en un holding
empresarial con Europa bajo su puño. Ahora la cirugía plástica oculta las consecuencias
visibles de nuestros pecados mientras financiamos a las farmacéuticas para limpiar
nuestra sangre maldita.
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