Todo esto sucedió, más o menos, durante mi separación. Sin poder dormir, empecé a frecuentar la única biblioteca nocturna de la ciudad. Al
principio me sentaba en los sillones, ojeaba semanarios y miraba discretamente a
los que como yo pasaban allí su desgracia; luego, durante doce años, me
acompañé de un atlas gigante con láminas a todo color. Cuando regresaba al hogar
Bostwana y Bangladesh pateaban mi cabeza, así olvidaba que ella se había
marchado. Me trabajé cierta cuota de respeto: los veteranos empezaron a
llamarme jefe. No salía, no comía, y
por supuesto tampoco dormía; olvidé mi nombre, el de ella y el aspecto de mi
reflejo; pero conocía todos los nombres del mundo. Tras doce años pisé la calle
de nuevo. No supe lo que hacer con tanta luz. Miré mi ropa, estaba gastada y
afeada por lamparones; quise escuchar el Tristán, pero me deshice por el
camino.
Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.
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