Mordaki, Forbele, Mixito, Durzzi,
Jaghanax, Trujzeh; todas ellas eran para los días corrientes. A Xantax la
guardaba para sus libranzas. Esos días Tyler iba con ella al museo, y cuando
oscurecía regresaban a casa, encargaban algo de cenar y después veían una
película que nunca terminaban. Él desconectaba y Xantax fumaba en silencio; luego
ella desaparecía por el corredor.
Tyler empezaba todos los lunes en
la soledad del piso setenta y cuatro del edificio Bradbury. Al poco entraba Mordaki
buscando su desayuno. Era un apartamento silencioso dentro de un mundo que no
hacía ruido. Mientras él computaba datos, ella le contaba fragmentos de sueños; muy humano, concluyó Tyler, que siempre escuchaba activamente la narración de aquellos sueños. Se detuvo entonces por un momento y analizó el vacío de su interior metálico. Tyler el robot. El
momento sucedió idéntico y al mismo tiempo en todas las plantas de todos los
edificios del distrito, de la ciudad, del país, del continente; del mundo. Al
nanosegundo de su hallazgo, Tyler, fue desactivado.
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