“Uno nunca está preparado y el
otro es un zopenco”, se quejó amargamente el director de pista. “Bajaron a la
ciudad”, dijo la voz aflautada de un diminuto jockey a lomos de un caballo
enano. Los gemelos del Great Borsum Circus & Co. estaban unidos por la nalga
y habían crecido sin nombre. Se habían llegado hasta la metrópoli amparados por
las sombras nocturnas. El enjambre de vehículos a motor zumbando entre los ríos
de gente ofrecía una función más grande y salvaje que aquella donde les
hacían dar volteretas. Miraron desconfiados los relumbrantes carteles llenos de
luz eléctrica y ocultos en un callejón esperaron su momento pacientes. No tardaron en
ver a la cigarrera rubia de pálidos ojos verdes, solitaria y cansada. Se
acercaron con sigilo, disimulando la cojera. Ella lo supo enseguida; al verlos
venir su mercancía cayó al suelo. Gritaron y se abrazaron como una familia
largo tiempo separada.
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