“Uno nunca está preparado y el
otro es un zopenco”, se quejó amargamente el director de pista. “Bajaron a la
ciudad”, dijo la voz aflautada de un diminuto jockey a lomos de un caballo
enano. Los gemelos del Great Borsum Circus & Co. estaban unidos por la nalga
y habían crecido sin nombre. Se habían llegado hasta la metrópoli amparados por
las sombras nocturnas. El enjambre de vehículos a motor zumbando entre los ríos
de gente ofrecía una función más grande y salvaje que aquella donde les
hacían dar volteretas. Miraron desconfiados los relumbrantes carteles llenos de
luz eléctrica y ocultos en un callejón esperaron su momento pacientes. No tardaron en
ver a la cigarrera rubia de pálidos ojos verdes, solitaria y cansada. Se
acercaron con sigilo, disimulando la cojera. Ella lo supo enseguida; al verlos
venir su mercancía cayó al suelo. Gritaron y se abrazaron como una familia
largo tiempo separada.
Nadie cree a Misha cuando dice que volverá a tocar. Uno de los guardas le asegura que hay instrumentos en el campo; el jueves le llevará y quizá le deje probar alguno. El jueves , repite una y otra vez, divagando sobre el día de la semana en el que se encuentra y lo que significa jueves cuando son idénticos los días. Misha mira a la nieve y la nieve enmudece. Ha pasado el otoño, y como la neumonía no ha acabado con Misha, es conducido hasta un casetón apartado del resto. Aquí es, le indica el vigilante, y entran. En el interior solo hay un arcón grande del que sobresale una trompeta. Al rebuscar, Misha también encuentra un polvoriento acordeón que se queja al moverlo, y desvaídos librillos de música, viejas partituras, y manos; muchos pares de manos, manos ennegrecidas , yertas y leñosas, manos cortadas, encurtidas por el frío.
Comentarios
Publicar un comentario