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Los hombres del mediodía


Basta con cerrar los ojos para saborear el delicioso olor a chocolate del taller de Nicoletta. Allí, ella se mueve con soltura entre calderos humeantes, moldes y sacos de azúcar. Las mujeres esperan inquietas ante su puerta mientras echan miradas indiscretas a través de los empañados cristales de colores; cada poco miran impacientes al reloj del la torre mientras el dulce y aromático vapor se filtra por cada rendija haciéndolas suspirar. Puntualmente a las doce del mediodía, Nicoletta, rodeada de un silencio procesional, saca del taller a los hombres de chocolate y los coloca sobre la plataforma hecha de viejos maderos. Tras el último tañido de campanas las mujeres se abalanzan a bocados sobre los hombres de chocolate, que rápidamente ven cercenadas sus extremidades, cabezas y atributos. En cuestión de minutos todas están pegajosas, embadurnadas de un caldo espeso y dulzón, y agotadas aunque no saciadas, se relamen bajo el sol.

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Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.