En menudo lío se había metido. Y
ella también. Se despertaron desnudos mientras el errático vuelo de los
abejorros zumbaba en el aire. Una gran voz retumbó como un trueno y bandadas de
aves alzaron el vuelo sobre el rosado atardecer. Bestias grandes y pequeñas
corrieron a ocultarse en la espesura y miríadas de diminutas patas se movieron
a toda prisa bajo el exuberante follaje. La fruta madura rodaba por el suelo y
el eco de una risa burlona se arrastraba serpenteando por todos y cada uno de
los recovecos del imponente vergel. Antes de ser expulsados echaron la vista
atrás avergonzados, donde una espada en llamas custodiaba la colosal entrada.
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