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Monzón

Encontrarlo fue pura suerte. Despertó del sueño profundo en la habitación del hotel. Junto a ella dormían amontonados varios cuerpos desnudos y sudorosos. Los tiró de la cama a patadas y les arrojó un puñado de bathts antes de echarlos sin contemplaciones. Apenas quedaba aire limpio, las sábanas estaban sucias y olían mal. El monzón estaba acercándose, abrió la ventana. Podía sentirlo igual que la tirantez en su coño dolorido, pero le dolía más que él nunca la hubiera buscado. Dos mil años atrás, en el alto Rin, una abadesa duerme empapada en fiebre, suspendida en el vacío por encima de su camastro. En su dedo gira un anillo mientras farfulla en alemán antiguo: “El número marcado no existe” El tifón tocará tierra a las siete y media. Al abrigo de un bar, un toy-boy mirará su moderno teléfono recién robado a una turista; una llamada perdida, dos nuevos mensajes.

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Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.