Encontrarlo fue pura suerte. Despertó del sueño profundo en la
habitación del hotel. Junto a ella dormían amontonados varios cuerpos desnudos
y sudorosos. Los tiró de la cama a patadas y les arrojó un puñado de bathts
antes de echarlos sin contemplaciones. Apenas quedaba aire limpio, las sábanas estaban
sucias y olían mal. El monzón estaba acercándose, abrió la ventana. Podía
sentirlo igual que la tirantez en su coño dolorido, pero le dolía más que él nunca
la hubiera buscado. Dos mil años atrás, en el alto Rin, una abadesa duerme empapada en
fiebre, suspendida en el vacío por encima de su camastro. En su dedo gira un
anillo mientras farfulla en alemán antiguo: “El número marcado no existe” El tifón tocará tierra a las siete y media. Al abrigo de un bar, un toy-boy
mirará su moderno teléfono recién robado a una turista; una llamada perdida,
dos nuevos mensajes.
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