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Nazarín

Las contraventanas golpeaban los cristales del sombrío manicomio, un edificio centenario, desterrado de las rutas comunes, protegido por una lóbrega arboleda que acechaba a propios y extraños. Era un mundo prohibido que médicos y enfermeros habían abandonado; los gritos desgarradores, las presencias y el inhumano sufrimiento que se respiraba en el interior resultaban asfixiantes. Así se levantó un muro alrededor de Nazarín, dejando que los internos fueran consumiéndose en su locura, devorándose unos a otros hasta desaparecer por completo. 

Pasaron décadas y generaciones; Nazarín fue sepultado en el olvido y convertido en leyenda negra. La guerra castigó con dureza la región y el imparable avance de las tropas nacionales derrumbaría el muro protector tras los bombardeos. La pequeña avanzadilla falangista que se guareció durante la noche en la capilla del viejo manicomio abandonado nunca saldría de allí. Dentro de Nazarín seguían vivos y seguían comiendo carne... humana.

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Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.