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Rufus


Nadie había entrado allí en años excepto los gemelos, que lo hacían a escondidas. En el interior Rufus les esperaba, les susurraba durante horas y antes de que los echaran de menos los enviaba de vuelta a casa. La nochebuena de 1982 iba a ser especial en muchos aspectos. La feliz pareja esperaba otro hijo y el padre de la familia sostenía su copa en alto para anunciar la buena nueva. De improviso, Rufus se irguió sobre sus cuartos traseros. Todos rieron porque los gemelos siempre andaban enseñándole nuevos trucos al viejo perro negro. La madre, preñada de felicidad, lo acariciaba cuando Rufus escupió una madeja de escorpiones negros en su regazo y hundió los colmillos en su vientre hasta sacarle las tripas. ¡Veinticinco de diciembre! ¡Veinticincooo de diciembre! gritaron con una sola voz los gemelos entre carcajadas, a lo que Rufus, con las entrañas colgando del hocico, contestó con su ancestral y cavernosa voz, fun fun fun.

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Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.