La sala estaba vacía y la casa a
medio vestir; otro camión con más muebles llegaría el jueves. Yukiko cocinaba cuando
reparó en que el buen Sasuke no había reclamado su habitual ración de pescado.
Se apresuró entonces hasta la puerta, que con las prisas de la mudanza había
olvidado cerrar, y salió corriendo hasta el parque. La primavera había llegado.
Los jardines estaban llenos de gentes celebrando el hanami. Buscó a Sasuke
durante un largo rato y no lo encontró. Preguntó desesperada y entre sollozos, buscó y rebuscó,
pero su gato no aparecía. Al regresar a su nueva casa se sintió muy sola y
desdichada. Los cerezos habían florecido y apenas los había mirado. Un
desconocido se presentó por la mañana llevando a Sasuke en brazos. La vieron buscarlo — dijo — pero acabó en mi tienda; después ha insistido en traerme hasta aquí… ¿Ha visto
ya este año las flores de los cerezos?
Nadie cree a Misha cuando dice que volverá a tocar. Uno de los guardas le asegura que hay instrumentos en el campo; el jueves le llevará y quizá le deje probar alguno. El jueves , repite una y otra vez, divagando sobre el día de la semana en el que se encuentra y lo que significa jueves cuando son idénticos los días. Misha mira a la nieve y la nieve enmudece. Ha pasado el otoño, y como la neumonía no ha acabado con Misha, es conducido hasta un casetón apartado del resto. Aquí es, le indica el vigilante, y entran. En el interior solo hay un arcón grande del que sobresale una trompeta. Al rebuscar, Misha también encuentra un polvoriento acordeón que se queja al moverlo, y desvaídos librillos de música, viejas partituras, y manos; muchos pares de manos, manos ennegrecidas , yertas y leñosas, manos cortadas, encurtidas por el frío.
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