Ir al contenido principal

Sasuke y los cerezos en flor


La sala estaba vacía y la casa a medio vestir; otro camión con más muebles llegaría el jueves. Yukiko cocinaba cuando reparó en que el buen Sasuke no había reclamado su habitual ración de pescado. Se apresuró entonces hasta la puerta, que con las prisas de la mudanza había olvidado cerrar, y salió corriendo hasta el parque. La primavera había llegado. Los jardines estaban llenos de gentes celebrando el hanami. Buscó a Sasuke durante un largo rato y no lo encontró. Preguntó desesperada y entre sollozos, buscó y rebuscó, pero su gato no aparecía. Al regresar a su nueva casa se sintió muy sola y desdichada. Los cerezos habían florecido y apenas los había mirado. Un desconocido se presentó por la mañana llevando a Sasuke en brazos. La vieron buscarlo — dijo  pero acabó en mi tienda; después ha insistido en traerme hasta aquí… ¿Ha visto ya este año las flores de los cerezos?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.

Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.