Al despertar vi al doppelgänger.
Su sombrero descansaba sobre la cama y yo sabía que estaba a punto de
marcharse, esa era su manera de despedirse. La última vez que nos vimos fue en
Macao, al calor de los disturbios de 1949; habían pasado trece años. Encendí un
pitillo y cerré los ojos mientras escuchaba caer el agua de la ducha. Su
perfume había quedado en las sábanas, el mismo de entonces, lo único a lo que
rendía fidelidad. Recordé todos los gobiernos derrocados, las revueltas, los
presidentes y todas las revoluciones. Yo estaba cansado, ya había visto mucho
de lo mismo y era igual en todas partes. El ventilador del techo giraba a media
marcha. Me coloqué su sombrero. Ella salió de la ducha descalza, se puso los
tacones y levantó las solapas de su gabardina, nos veremos en trece años, no
faltes.
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