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Stilettos

Todo cambió con su llegada. Desde aquel día, yo, que siempre despertaba tarde y despreocupado, temía el momento de abandonar la cama. Escuchaba claramente el repicar de sus tacones, como una tijera orgullosa desfilando pasillo abajo; luego la puerta de casa se cerraba.
Esa era la señal para salir de la cama. Pasado un buen rato, y con mucho cuidado por si regresaba, me llegaba hasta el baño, donde flotaba, incorpóreo, el aroma de su perfume. El rastro me conducía hasta la cocina y allí se mezclaba con humo de cigarrillo y café. La casa se volvió incómoda. Yo aprovechaba el tiempo que ella estaba fuera para buscar sus cosas y echarlas de casa; pero no había trajes, ni bolsos, ni tacones: ni una gota encontré de su perfume.

Ella regresa de madrugada arrastrando sus tacones. Se acerca hasta la cama, donde yo me hago el dormido, y se detiene un momento: un momento que dura una eternidad; entonces siento como el frío se mete entre las sábanas, lo siento acomodarse contra mi cuerpo. Así son las noches desde su llegada. Por las mañanas, ella, lo que sea que duerme conmigo, se levanta temprano.


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