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Transfusión

Abrió la caja y dijo: Aquí tenemos su nueva alma”. Todos los presentes se acercaron con precaución y asomaron sus mostachos canosos. En su interior apenas si podía verse una minúscula hebra de vapor a punto de deshacerse. Llevaron la caja a toda prisa hasta el lecho del acaudalado y viejo carcamal Gordon Plymouth III, que agonizaba sin remedio. Le acercaron la caja despacio hasta sus resecos labios febriles. El tembloroso anciano sorbió aquella hebra de vapor como si de una sopa se tratara. Al instante sus ojos se inyectaron de brillo, las profundas grietas de su piel cuarteada desaparecieron y un vigor inusitado recorrió todos sus miembros. Mientras tanto, en la planta baja y en un oscuro rincón de la exquisita biblioteca eduardiana, una pordiosera se desangraba entre el brillo de los escalpelos y los bisturíes con el vientre abierto en canal mientras acunaba un feto sin vida.

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Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.