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Un paraguas bajo el túnel


Estaba esperando en un rincón, varios metros por debajo del asfalto, en la penumbra de los tenebrosos túneles del alcantarillado. La pequeña salvaje se cubría únicamente con un largo jersey de cuello vuelto raído y sucio. Solía mirar por una rejilla los anuncios luminosos de la capital, y los días lluviosos suspiraba con los paraguas de colores. Era temida por las ratas que chillaban inquietas hasta que ella terminaba de saciar su apetito. Después se dormía con el eco de las corrientes subterráneas y soñaba que se lanzaba con ferocidad sobre mendigos y vagabundos; pero uno de ellos, señor Grasa, la obligaba a retroceder. Ella gruñía y lanzaba dentelladas, corría por laberínticas cloacas y galerías hasta que era arrinconada contra un sumidero. Al despertarse husmeaba entre basuras y desperdicios que atesoraba en su rincón, entonces desplegaba las endebles varillas de un maltrecho paraguas y escuchaba el lento gotear del tiempo.

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Kedardo

Leche, cacao, avellanas y otras tantas cosas inútiles y dulces no impidieron que Kedardo, que vestía sus flacos alambres con un trocito de paño, llegara hasta el sofá para acomodarse con placer en un pliegue de la manta junto a la inquilina con la que charlaba a diario y que dormía profundamente ante las luces y voces de un televisor que nunca descansaba. Kedardo rara vez tocaba a personas, pero era media mañana y la inquilina no despertaba. Decidió subir por el brazo hasta llegar al cuello y allí comprobó que la inquilina se había marchado. El fino alambre de Kedardo se curvó bajo su pañito a cuadros y desde el hombro echó una mirada al apartamento; habían sido buenos años. Volvería a la infame grieta de la cocina. Pasaría una larga temporada sopesando  si mostrarse a las nuevas personas. Pero antes recortaría un pequeño cuadrado de suéter que llevaría consigo.

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.