Contempló malhumorada el armario,
no podía abrirlo. Bajó entonces al oscuro sótano lleno de grandes y vigorosas raíces.
No encontró herramientas; claro, nunca las había comprado. Tampoco había
comprado nunca aquel armario, pero allí estaba. Alguien había debido arrastrarlo
hasta allí aprovechando su ausencia. Ignorante de su contenido acercó la oreja
a la puerta maciza, también intentó moverlo, pero nada. Eran las tantas cuando el
sueño la venció, y seguía contemplándolo. Por la mañana la despertó el
dolor de espalda, una mala postura, como de costumbre. No podía estirar las piernas, y estaba oscuro. Intentó hablar, pero no había voz, no había sonido, no
podía moverse, estaba en un agujero, en el fondo de una caja; en un armario que
era imposible abrir.
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