Vació la carga sobre la mesa y del saco cayeron dos viejos tomos polvorientos. Los acercó hasta la débil luz, sopló las cenizas y limpió con el puño las cubiertas. Examinó en detallé las piezas, sopesando mentalmente la cantidad que pediría por ellas. Se trataba de dos volúmenes pertenecientes a una enciclopedia, dos tomos impresos en 1977.
Los libros eran valiosos; todo papel lo era. Los últimos árboles se custodiaban en el interior de las catedrales. No habían quedado bosques ni más árboles que aquellos. Muy pocos Ks podían acudir hasta allí para respirar oxígeno de primera, pero él podía hacerlo. La venta de objetos clandestinos de La Zona reportaba muy valiosa moneda Kc.; era un lugar devastado, pero sobre todo prohibido. La propia tierra parecía haber olvidado la vida que habito en La Zona . Los merodeadores se adentraban en La Zona en incursiones cada vez más numerosas y violentas y la mayoría no dudaba en atacar ante cualquier movimiento. Tras su paso todo quedaba inservible, más inservible todavía; era la señal inequívoca de que el lugar había sido repasado y que allí no quedaba nada. Así pues, había que adentrarse en el corazón de La Zona para encontrar objetos de valor. Era un desierto anaranjado de óxido y cenizas y al momento un vertedero de metal fundido. Era un esqueleto retorcido que debía ser atravesado para llegar a los restos de la memoria. Las valiosas piezas estaban ocultas por las ruinas y su trabajo era encontrarlas; era un trabajo donde la fortuna no se diferenciaba del instinto.
Los libros eran valiosos; todo papel lo era. Los últimos árboles se custodiaban en el interior de las catedrales. No habían quedado bosques ni más árboles que aquellos. Muy pocos Ks podían acudir hasta allí para respirar oxígeno de primera, pero él podía hacerlo. La venta de objetos clandestinos de La Zona reportaba muy valiosa moneda Kc.; era un lugar devastado, pero sobre todo prohibido. La propia tierra parecía haber olvidado la vida que habito en La Zona . Los merodeadores se adentraban en La Zona en incursiones cada vez más numerosas y violentas y la mayoría no dudaba en atacar ante cualquier movimiento. Tras su paso todo quedaba inservible, más inservible todavía; era la señal inequívoca de que el lugar había sido repasado y que allí no quedaba nada. Así pues, había que adentrarse en el corazón de La Zona para encontrar objetos de valor. Era un desierto anaranjado de óxido y cenizas y al momento un vertedero de metal fundido. Era un esqueleto retorcido que debía ser atravesado para llegar a los restos de la memoria. Las valiosas piezas estaban ocultas por las ruinas y su trabajo era encontrarlas; era un trabajo donde la fortuna no se diferenciaba del instinto.
Cuando lograba vender alguno bajaba con su hermana pequeña hasta Vella Barcelona. Acudían de la mano hasta La Sagrada Familia, en cuyo vergel interior crecían fuertes los robles y esbeltas las hayas. Paseaban entre los frutales, le gustaba verla sin el respirador; era una niña muy guapa.
¡Muy bueno!
ResponderEliminarMe encanta el relato y el diseño del blog (nivelón).
Nos leemos.
Muchas gracias, David.
Eliminar¡Saludos!