Una noche la bibliotecaria se
despertó, levantó un extremo de la cortina y vio que la marea había subido
hasta inundar los bloques de apartamentos de siete alturas. Aunque solitaria, Chio
era una mujer de afilada belleza. De su espalda sobresalía una deformación, una
joroba que no permitía ver a nadie y que hostigaba con un rascador cuando se
ponía nerviosa. Ante su vista cansada pasaron automóviles mecidos por la
corriente, plásticos que devenían en figuras espectrales, y libros; un séquito
de libros al azar, abiertos como mariposas y que acompañaban el errático
deambular de los cadáveres que flotaban sin rumbo. Una ballena gris, que se lamentaba por las calles de la ciudad sumergida, fue a detenerse junto a la ventana. Permaneció observando a Chio con su enorme y abultado ojo, hasta que ella,
avergonzada, se ocultó tras la cortina. La ballena se retiró lentamente,
haciendo vibrar las profundidades oceánicas con aquellas palabras de Chio: «Menos
mi recuerdo por ti, todo ha cambiado».
Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.
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