¿Alguna vez te enamoraste…?, pregunta Kumiko a la figura que de sí misma aparece duplicada en un espejo de la estación; la imagen, que durante unos segundos queda pensativa, mete la mano en su chaqueta, tropezando con una libreta de cuyas páginas sobresale algo que permanece allí colocado para destacar un hecho importante: 1989, ocho de abril, estación de Shinagawa; durante la espera interminable, Kumiko, sentada sobre las maletas, se ha mantenido ocupada disparando su máquina Polaroid contra los espejos, pero el último tren bala partió hace horas y en las instantáneas su pálido reflejo se multiplica dentro del vestíbulo acristalado; de entre todas las fotografías escoge una, la que guardará en la libreta de su bolsillo, en ella anotará una fecha, pero antes de quedar eternamente confinada en el laberinto de espejos, estrujará en su puño los dos billetes de tren que ya no conducirán a lugar alguno.
Nadie cree a Misha cuando dice que volverá a tocar. Uno de los guardas le asegura que hay instrumentos en el campo; el jueves le llevará y quizá le deje probar alguno. El jueves , repite una y otra vez, divagando sobre el día de la semana en el que se encuentra y lo que significa jueves cuando son idénticos los días. Misha mira a la nieve y la nieve enmudece. Ha pasado el otoño, y como la neumonía no ha acabado con Misha, es conducido hasta un casetón apartado del resto. Aquí es, le indica el vigilante, y entran. En el interior solo hay un arcón grande del que sobresale una trompeta. Al rebuscar, Misha también encuentra un polvoriento acordeón que se queja al moverlo, y desvaídos librillos de música, viejas partituras, y manos; muchos pares de manos, manos ennegrecidas , yertas y leñosas, manos cortadas, encurtidas por el frío.
Comentarios
Publicar un comentario