En mis visitas a los subsuelos nunca encontré fallo alguno del cableado; pero es que tampoco encontré a nadie. Posiblemente aquí abajo existan otros como yo, aunque hasta el momento no me he cruzado con ninguno. Perdí la cuenta del tiempo que pasé recorriendo los túneles que yo mismo, en la esperanza de regresar a la superficie, había horadado con esfuerzo.
Sigo la obligada rutina diaria de mandar informes al trabajo explicándoles la situación de la avería y lo único que responden una y otra vez es ininteligible: «Usted no existe». Un larguísimo y angosto respiradero me conecta con el exterior, por allí descienden algunos rayos de luz y ruidos urbanos que trato de adivinar; a veces creo que ya vienen a rescatarme.
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