A pesar de estar prohibido, el comandante Slavetsky alimenta a las palomas del parque todos los días. La voracidad de las aves, su glotonería, lo mantiene entretenido. Cuando agotan las migas de pan y marchan a otro lugar, Slavetsky delimita la zona y evita que los vecinos se acerquen; si hace falta los ahuyenta agitando los brazos. Hay quien graba la escena para después reírse con sus amigos, pero Slavetsky trabaja duro. Analiza minuciosamente las huellas que dejaron las aves y anota rutilantes constelaciones de datos; el hombre lleva veintisiete años exprimiendo su cerebro para hallar un patrón orbital en el azar de los pasos ligeros: una brecha que le permita salir volando de este asqueroso mundo.
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