Tenía un problema con los uniformes, pero también con los monekos; porque los monekos, todos ellos, formaban un batallón atípico y divergente. Marchaban al son de pífanos y tambores, arrastrando sus gabanes exageradamente largos, pisándolos, trabándose, tropezando la mayor parte del rato; arenque ahumado dentro de los bolsillones, unos anteojos —para la ópera—, un paraguas reversible que disparaba lluvia o granizo y pliegos con los mapas de ciudades invisibles.
Era el suyo un desfile sincopado, disléxico y asonante. Temidos por sembrar el caos en lugar de nabos o legumbres, los monekos podían tardar años en llegar hasta una batalla, y para cuando lo hacían, el conflicto ya había sido resuelto. Eran, por tanto, un ejército que jamás entabló combate alguno… excepto con su propia entropía.
Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.
Comentarios
Publicar un comentario