Ir al contenido principal

Malas hierbas

Los tranquilos jardines del tedio puedo ojearlos desde la ventana. Nunca antes estuvieron tan callados, vaciados de propósitos al igual que mi calendario. Solo que las malas hierbas han tomado la pérgola, los toboganes, los columpios grafiteados, lugares que antes les estaban vedados. Se engrosaron en los umbráculos durante el encierro, y en ausencia de trabajadores desbordan los parterres e invaden las pistas sin dificultad. La estampa parece sacada de un relato ficticio, y en los mensajes del chat siempre leo esa frase en algún momento. Además, los boletines informativos ya no aconsejan bajar al perro; se trata de una medida para evitar accidentes, advierten, porque los cachorros desaparecen entre los brotes enmarañados. Qué raros días me visitan. Las calles desiertas como una invención fallida. Contemplo el parque y me pregunto si la maleza cruzará la carretera. Si conseguirá rodear este bloque. Si como dicen, esto no será más que una novela. Si los vigorosos tallos acabará por cubrirlo todo; incluso mis recuerdos.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Sueños al vacío

  Tras una noche de insomnio, la SATOR VERTICAL evidenció fallos en el envasado de los saquitos de pistachos al punto de sal de 150g, que henchidos de aire y únicamente con un par de frutos dentro, se amontonaban en el extremo de la cinta transportadora. Por su parte, VENDOR S.L. envió a su técnico, que ni encontró falla en la envasadora ni mal reglaje: La máquina no duerme por las noches, detal ló en su informe. Muchos kilómetros después, aburrido en LA CARRETA, mesón habitual de la ruta hacia Cáceres, Eugenio Mancebo, técnico de VENDOR S.L., pinchaba con su mondadientes uno de los saquitos defectuosos y caía dormido al respirar su contenido. En lo profundo del sueño, la envasadora confesó su legítima aflicción: atornillada al cemento, solo conozco esta nave… estas bolsas al vacío. Al despertar, el técnico de VENDOR S.L., se frotó los ojos sin entender nada.

Hombre bala

  Se acerca la hora del cañón, y en su interior, como siempre antes del lanzamiento, el hombre bala repasa sin mucho entusiasmo los deshilachados hitos que tachonan su vida. «Por si tengo un mal aterrizaje», se dice. Y mientras el maestro de ceremonias detalla la parábola del vuelo, en e l centro de la explanada, remarcado por un solitario foco, han dispuesto al imponente cilindro. El foro enmudece tras una pausa reverencial, y un atronador estallido sacude entonces las tribunas. Como un obús, el hombre bala atraviesa la humareda. Se proyecta velocísimo. Rebasa la colchoneta que lo aguarda fuera de la pista; queda atrás el parking de caravanas y el recinto ferial, y los días mohosos y las tardes de espera. Vuela muy alto, donde nada puede tocarlo, hasta desaparecer sobre un estrépito de aplausos. De la caseta de tickets escapa un pálido suspiro; «qué suerte... ese ya no ficha mañana».