Llevaba tanto tiempo contemplando esa foto de Lee Friedlander, que por pura rabia la arrancó del libro y no volvió a recordarla hasta por la noche, cuando ya más calmada recogió sus cosas. Advirtió que en aquella imagen podía distinguir la muda cercanía de quien, a pesar de no estar presente, era capaz de escuchar y asentir. La fotografía la dispuso junto a su rincón favorito y le complacía mucho mirarla al acabar la jornada. Ocurría entonces que al otro lado del monócromo intangible se encendía el televisor. También allí, en el otro lado, era el esperado mejor momento del día.
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