Una inspección sorpresa resultó fácil, pues para eso estaban los túneles y los frigoríficos. A pesar de conocer bien el lugar, la noche lo cubría de incertidumbre. No pasaba nadie, tampoco nadie cruzaba aquella estampa invernal. Ante la casa, bien aparcado, un coche soportaba inmóvil el peso de la nevada. Nada hacía ruido en aquella última noche del año. Dentro, el hogar estaba a oscuras, limpio y ordenado. Según avanzaba, fui encontrando más orden y más limpieza. No quedaban objetos o utensilios reconocibles con los que armar una historia. Por supuesto, tampoco quedaban retratos o fotografías, ni el más mínimo calor, huella, o atisbo de humanidad. Había sido un trabajo de borrado muy eficaz. L a casa, desprovista de memoria, parecía un juguete de grandes dimensiones. Ya en el fondo, en las zonas más privadas, no se podía respirar; no habían dejado ni el aire. Era un mundo estéril, un paisaje inútil, que a pesar de las líneas maestras, me costaba reconocer. Sa...